viernes, 17 de mayo de 2019

El ángel azul (1930)



Dice François de Malherbe que “la mujer es un mar de naufragios fatales”. Lo dice en 1604, pero la afirmación sigue provocando hoy amargas sonrisas de coincidencia entre los propensos a considerar universales sus desdichas y generales sus aprensiones.

El nombre del poema donde Malherbe escribe el verso es revelador, Aux ombres de Damon (A la sombra de Damón), porque parece referirse a aquel monstruo marino de la mitología griega capaz de matar con la mirada (como las Gorgonas).

Por obvias razones, no coincido con la metáfora del poeta francés. Sin embargo, encuentro en ella una manera de resumir la desgracia de Immanuel Rath, personaje principal de Professor Unrat, novela de Heinrich Mann publicada en 1905 y llevada al cine por Josef von Sternberg, con el título de El ángel azul.

La magistral transformación de Emil Jannings y el encanto de Marlene Dietrich, hacen de esta película una joya dramática. Sin embargo, el valor de la cinta no se reduce al excelente trabajo de los dos actores principales, sino que incluye los decorados, la iluminación y el trabajo fotográfico…

Aunque en 1930 el cine expresionista alemán había dado ya sus mejores piezas (Nosferatu, de Friedrich W. Murnau; Doctor Mabuse y Metrópolis, ambas de Fritz Lang; y El gabinete del doctor Caligari, de Robert Wiene), todavía podemos incluir ciertos aspectos de El ángel azul en esta corriente, que encontró en la subjetividad una estética particular: la realidad atrapada en las redes de la deformidad onírica.

La historia transcurre tanto en paisajes urbanos oblicuos y asimétricos como en interiores opresivos (la casa del profesor, el camerino de Rosa Fröhlich/Lola-Lola, el escenario del cabaret, la escuela misma). Anomalías arquitectónicas y ambientes asfixiantes, sórdidos, cuya intencional estrechez escenográfica obliga a los personajes a caminar de lado y a percibirse mutuamente los alientos. Es el encarcelamiento físico que lleva a la degradación espiritual e incluso a la muerte, tanto presagiada por el cadáver del canario del profesor Rath como subrayada por la inopinada, recurrente y conmovedora aparición de un payaso melancólico (Reinhold Bernt).

Es la historia de una reclusión semejante a la vivida por el Raskolnikov de Dostoievski, pero es también el drama de una vejación, la que se inflige a sí mismo el profesor Rath a partir del festejo de la boda, donde es incitado por el cloqueo de Lola-Lola a imitar el canto del gallo como caricatura de su virilidad (más tarde, en el total envilecimiento y convertido en un payaso decadente cuya mirada expresa odio y cólera contenida, Rath repetirá su imitación del gallo, pero ya sin la gracia del festejo nupcial: lo que vemos ahora es el patetismo de un ser abyecto).

El espectáculo de Lola-Lola en el Blaue Engel está muy lejos de la danse sauvage de Josephine Baker (prohibida en Múnich un año antes), pero muy cerca o definitivamente en el centro de un erotismo vaporoso que renueva el mito de Lilith y desarrolla su propia versión de la femme fatale (la película fue prohibida por el régimen nazi en 1933). Sin embargo, su Lola-Lola es aún y apenas una muchacha traviesa, caprichosa, no más: Rosa Fröhlich no es inevitable ni alcanza la malicia de los futuros personajes de Marlene Dietrich, aquellos que se solazan en la tortura psicológica y la humillación de quienes caen a sus pies, desgraciados: Shangai Lily en El expreso de Shangai; Amy Jolly en Marruecos; Marie Kolverer en Fatalidad (cuyo título original es Dishonored).

El párrafo anterior, sin embargo, no quiere decir que Lola-Lola sea un personaje menor, sino que su encanto radica, precisamente, en esa inocencia capaz de hacer pedazos el edificio moral del puritanismo más inflexible.


Edición encontrada milagrosamente en la Librería Rosario Castellanos del Fondo de Cultura Económica (bellas coincidencias de la vida: el antiguo Cine Lido). Traducción de Luis López Ballesteros (garantía de fidelidad y pulcritud).


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