viernes, 17 de mayo de 2019

Un perro andaluz (1929)


No será el miedo a la locura 
lo que nos obligue a bajar la bandera de la imaginación. 
André Breton, Primer Manifiesto Surrealista, 1924

El marista de la ballesta y Es peligroso asomarse al interior, fueron los primeros nombres propuestos para el cortometraje que dos jóvenes artistas españoles realizaron en el París de 1929. Si la primera frase fue una graciosa aliteración sin sentido, queda muy claro que el segundo enunciado trastocaba graciosamente la indicación que podía leerse entonces en los vagones de los trenes franceses: C'est dangereux de se pencher au deshors (Es peligroso asomarse al exterior).

El nombre definitivo de la película fue Un perro andaluz.

Mientras afila una navaja de afeitar, un hombre que fuma (Luis Buñuel) mira por el balcón cómo la luna es cruzada por una delgada nube. Paso seguido, el artista secciona el ojo de una mujer (Simone Mareuil). Ocho años después, un hombre vestido de mucama (Pierre Batcheff) anda en bicicleta por una calle desierta. En ese momento, Simone, quien no está tuerta, se levanta alterada y tira en un diván el libro que ha estado leyendo, el cual queda abierto en una reproducción de La encajera, de Johannes Vermeer. Pierre cae a la acera, como si la acción de la mujer hubiera provocado el accidente. ¿O es que dicha mujer tuvo una premonición? Simone se precipita escaleras abajo y llega hasta donde se encuentra el travesti, a quien besa frenéticamente. 

Etcétera. 

Fuera de los sueños fusionados de Luis Buñuel y Salvador Dalí, y dentro de esto que llamamos realidad, el actor Pierre Batcheff se suicida en 1932. Veintidós años más tarde, la actriz Simon Mareuill baña su cuerpo en gasolina y se prende fuego, en una plaza pública.

Sueños filmados y cruda realidad no están necesariamente relacionados. Sin embargo, con el conocimiento de ambos suicidios, las escenas de la película cobran un nuevo sentido en la cabeza del espectador. ¿Cómo ver de nuevo El perro andaluz sin pensar que, probablemente, ya anidaba en las almas de Mareuill y Batcheff la idea de la muerte voluntaria?

Pero volvamos a los creadores...

Salvador Dalí y Luis Buñuel se conocieron a principios de los veinte en la Residencia de Estudiantes de Madrid, lugar en donde ambos también trabaron amistad con Federico García Lorca. El trío viviría la década y algunos años más con altibajos, encuentros y desencuentros, entre veneraciones y aborrecimientos, en ocasiones por celos artísticos y diferencias estéticas, a veces por incomprensiones dolorosas. En una carta de julio de 1928, Salvador escribe a su amigo poeta: "Tú eres una borrasca cristiana y necesitas de mi paganismo. La última temporada en Madrid te entregaste a lo que no te debiste entregar nunca. Yo iré a buscarte para hacerte una cura de mar. Será invierno y encenderemos lumbre. Las pobres bestias estarán ateridas. Tú te acordarás que eres inventor de cosas maravillosas y viviremos juntos con una máquina de retratar".

Podemos sospechar que entre Salvador y Federico hubo algunos escarceos, pero la relación se transformó en amor platónico.

García Lorca muere en 1936, asesinado.

Si para algunos no es cierto ni evidente que Buñuel y Dalí maltrataron de muchas maneras a García Lorca, para otros quedan muy claros los agravios contra el autor de Romancero Gitano, semejantes a la insolente carta que el cineasta y el pintor enviaron a Juan Ramón Jiménez en 1928, breve epístola donde Platero es tildado de burro putrefacto, como el que aparece sobre el piano jalado por Batcheff en Un chien andalou

Aunque el cineasta lo negó siempre y adujo la existencia anterior de un poemario suyo con el mismo título de la película, se sigue pensando que el nombre definitivo de su cortometraje fue una alusión a Federico y que varias escenas hablan en clave del granadino, quien se sintió profundamente ofendido: Buñuel ha hecho una mierdecita así de pequeñita, que se llama Un perro andaluz. Y ese perro andaluz soy yo.

Un chien andalou fue estrenada el 6 de junio de 1929 en el Studio des Ursulines, ubicado en el Distrito 5 de París (una hora antes, Man Ray presentó su propio cortometraje, Les Mystéres du Chateau du Dé, que comienza citando el título del último poema de Stéphane Mallarmé: Un tiro de dados jamás abolirá el azar, Un coup de dés jamais n'abolira le hasard; poema cuya belleza inquietante me parece el momento glorioso del proto-surrealismo). Luego, permaneció nueve meses ininterrumpidos en el Studio 28 de la Butte Montmartre, en la rue Tholozé. Ambas salas aún existen.

Hay muchas ediciones en DVD de un Perro andaluz, pero tal vez la más recomendable es la caja del British Film Institute (BFI), que contiene tanto Un chien andalou como L'age d'or. La caja incluye, además, un cuadernillo sobre ambas piezas. ¡Y, a propósito, acabo de enterarme de algo maravilloso! Los olvidados, Nazarín y La edad de oro han sido restauradas. Seguramente, sucederá algo semejante con Un perro andaluz.

Si el lector es cinéfilo y venera a David Lynch y a Guy Maddin, está obligado entonces a incluir en su filmoteca personal Un chien andalou como la madre de todo el cine surrealista, siempre y cuando entienda "surrealismo" como lo explicó Guillaume Apollinaire en el programa de mano de Les Mamelles de Tirésias (1917): la realidad superada (en estricto sentido, el término francés dice "encima de la realidad", así que una mejor traducción de la voz sería "superrrealismo"); o como lo decretó André Breton en el Primer Manifiesto de su nueva religión (1924): "Automatismo psíquico puro por cuyo medio se intenta expresar verbalmente, por escrito o de cualquier otro modo, el funcionamiento real del pensamiento. Es un dictado del pensamiento, sin la intervención reguladora de la razón, ajeno a toda preocupación estética o moral". 

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